El Cid se despide de su mujer e hijas en San Pedro de Cardeña

30.04.2014 22:37

Afevos doña Ximena con sus fijas do va legando 

señas dueñas las traen e aduzen las adelant. 

Ante el Campeador doña Ximena fincó los inojos amos, 

lloraba de los ojos, quisole besar las manos: 

“¡Merced, ya Cid, barba tan complida! 

Fem ante vos yo e vuestras hijas 

–ifantes son e de dias tan chicas– 

con aquestas mis dueñas de quien so yo servida. 

Yo lo veo que estades vos en ida 

e non de vos partir nos hemos en vida: 

¡Dadnos consejo por amor de Santa María!” 

Inclinó las manos el de la barba velida, 

a las sus hijas en brazos las prendía, 

llegolas al corazón ca mucho las quería. 

Llora de los ojos, tan fuertemente sospira: 

“¡Ya doña Ximena la mi muger tan complida, 

como a la mi alma yo tanto vos quería! 

Ya lo vedes que partir nos emos en vida, 

yo iré e vos fincaredes remanida. 

¡Plega a Dios e a Santa María 

que aun con mis manos case estas mis hijas, 

o que de ventura e algunos días vida 

e vos, mugier onrada, de mí seades servida!” 

Grand yantar le fazen al buen Campeador. 

Tañen las campanas en San Pedro a clamor. 

Por Castiella oyendo van el pregón 

como se va de tierra mío Cid el Campeador; 

unos dexan casas e otros honor, 

en aqueste día al puente de Arlançon 

ciento quince caballeros todos juntados son; 

todos demandan por mio Cid el Campeador. 

Martin Antolinez con ellos cogió; 

vanse para San Pedro do está el que en buen punto nació. 

 

Adaptación:

Mirad a doña Jimena con sus hijas donde va llegando 

sendas dueñas las traen y las conducen delante. 

Ante el Campeador, doña Jimena se postró de rodillas, 

lloraba de los ojos, le quiso besar las manos. 

“Merced, ya Cid, barba tan cumplida.

Héme ante vos, yo y vuestras hijas.

infantes son y de días chicas,

con estas mis dueñas, por quien yo soy servida.

Yo lo veo, que estáis de partida,

y nosotras devos nos separaremos en vida.

Dadnos consejo, por amor de Santa María.”

Inclinó las manos el de la barba florida,

a sus hijas en brazos las cogía,

acercólas al corazón, pues mucho las quería.

Llora los ojos, muy fuertemente suspira:

“Ya doña Jimena, ya mi mujer tan cumplida,

como a mi propia alma yo tanto os quería.

Ya lo veis, que nos separaremos en vida,

yo me iré y vos quedaréis recogida.

Quiéralo Dios y Santa María

que aún con mis manos case a estas hijas mías,

o denme ventura y algunos días de mi vida,

y vos, mujer honrada, por mí seáis servida.”